martes, 19 de octubre de 2010

DAME UNA MANO



Qué importancia tiene sin duda el dar y decir “Dame una mano”. La ayuda, lo solidario, la viva expresión de un sedimento de acercamiento. Háyanse algunas épocas en que no se pedía. El “Dame una mano”, por lo contrario, existía, lo tan olvidado por hoy. El ofrecimiento de contar conmigo, yo te doy una mano y lo arreglamos, esto o aquello o lo otro, por tanto o por cuanto no importa, yo te doy una mano y listo; qué lindo, qué placer, qué gratificante el poder contar con otra persona que ofrece el ayudarte. A veces un señor cualesquiera que fuere te da una mano que significa sin duda una característica humana incomparable, única, magníficamente considerada premiada.

Recuerda cuando los atletas uruguayos cayeron en las cumbres nevadas de Chile, Parrado y sus amigos por mencionar a alguno, recuerdan, se tejieron los llamados chistes macabros que sin mencionarlos, sabrán recordarlos.

Pero yo sólo quiero subrayar muy especialmente el darse una mano y no comestiblemente.

El apoyo entre sí, esa mancomunada fuerza, el consolidado esfuerzo del amor, más que nunca pensar en darse una mano y otra más entre sí, el no declinar, el no abandonarse en pegarse fuerte, firmemente y fielmente en el propósito del que consistía nada menos y nada más que perder la vida, qué tal, pese a las dolencias y padecimientos que espiritualmente los acosaba.

Un momento pleno de tristeza, de recogimientos desgraciados, de un accidente fatal, de una catástrofe incomparable e inigualable, que sin embargo por suerte, pudiéronse revertir y trazar una salida a la vida, tratando de cristalizar las lágrimas, endurecidas a 40 grados bajo cero.

Qué esfuerzo, qué abnegación por la vida, se salvaron por tomarse de las manos y pelearle a la muerte y finalmente le ganaron.

Y por qué no recordar la mano que nos dio el mejor momento apocalíptico inolvidable, que nos movilizó al buen extremo, en el que se tomaron de la mano de Dios.


Y USTEDES... ¿ESTÁN CONMIGO?

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